M. Scorsese en Hugo.
Hacía mucho que ir al cine había dejado de ser una experiencia gozosa.
Con suerte, uno sale pensando que no tiró del todo su dinero a la basura, que la peli fue masomenos entretenida, que las actuaciones, correctas, y que dale, ahora vamos a comer algo rico.
Pero de aquello que uno experimentara alguna vez en una sala de cine- emoción, conmoción, empatía, asombro, admiración...-, nada. Cada vez que el cuento acaba y las luces se encienden, no es necesario hacer el esfuerzo de acomodarse para regresar a este mundo, porque la pantalla en ningún momento logró hechizarnos lo suficiente como para sacarnos de él.
Películas que pasan por la vida de uno sin dejar la menor huella ("da lo mismo verla que no"), olvidables.
Pero de aquello que uno experimentara alguna vez en una sala de cine- emoción, conmoción, empatía, asombro, admiración...-, nada. Cada vez que el cuento acaba y las luces se encienden, no es necesario hacer el esfuerzo de acomodarse para regresar a este mundo, porque la pantalla en ningún momento logró hechizarnos lo suficiente como para sacarnos de él.
Películas que pasan por la vida de uno sin dejar la menor huella ("da lo mismo verla que no"), olvidables.
Sin embargo, en estos días, el cine volvió a regalarme algo de aquella magia en dos ocasiones: primero con El artista; luego, con Hugo.
No me importa que hayan ganado mil premios oscar o ninguno, no me importan las críticas a favor o en contra.
Solo deseo compartir mi experiencia de espectadora feliz : disfruté viendo estas películas; me reí, me emocioné, me deleité, me sorprendí y di gracias, una vez más, a aquellos señores audaces, curiosos, chiflados, visionarios -los Lumiere, Meliés y cía.- sin los cuales hoy no estaríamos realizando estos viajes de maravilla, desde la suave y acogedora seguridad de una butaca.
The Artist