Imagen: "Barco sonámbulo", Pavel Bergr

28 de octubre de 2012

Lo que fuimos, lo que vaya a saber si somos

                                                                                     

                                                               Foto: Bet Z

 
Morelliana
Pienso en los gestos olvidados, en los múltiples ademanes y gestos de los abuelos, poco a poco perdidos, no heredados, caídos uno tras otro del árbol del tiempo. Esta noche encontré una vela sobre la mesa, y por jugar la encendí y anduve con ella por el corredor. El aire del movimiento iba a apagarla, entonces vi levantarse sola mi mano izquierda, ahuecarse, proteger la llama con una pantalla viva que alejaba el aire. Mientras el fuego se enderezaba otra vez alerta, pensé que ese gesto había sido el de todos nosotros (...) durante miles de años, durante la Edad del Fuego, hasta que nos la cambiaron por la luz eléctrica. Imaginé otros gestos, el de las mujeres alzando el borde las faldas, el de los hombres buscando el puño de la espada. Como las palabras perdidas de la infancia (...) como las músicas del momento. 
Pienso en esos objetos (...) cuyo uso ya nadie es capaz de explicar. Vanidad de creer que comprendemos las obras del tiempo: él entierra sus muertos y guarda las llaves. Solo en sueños, en la poesía, en el juego-encender una vela, andar con ella por el corredor- nos asomamos a veces a eso que fuimos antes de ser esto que vaya a saber si somos.


J. Cortázar, Rayuela. (Subrayado: página 636, edición de Cátedra, relectura)

22 de octubre de 2012

Marcas de lo que fuimos

  




Cuando hojeamos un libro que leímos hace muchos años, las marcas y subrayados dan cuenta, de alguna manera, de quiénes éramos entonces. ¿Qué nos pasa cuando nos rencontramos con esas huellas de lo que fuimos? ¿Volveríamos a hacer esas marcas hoy?...

A los 15 leía Demian, de Herman Hesse. Estos son algunos de los subrayados con los que me encontré:

"Hoy se sabe menos que nunca lo que es eso, lo que es un hombre realmente vivo, y se lleva a morir bajo el fuego a millares de hombres, cada uno de los cuales es un ensayo único y precioso de la naturaleza."

"Pero cada uno de los hombres no es tan solo él mismo; es también el punto único, particularísimo, importante siempre y singular, en el que se cruzan los fenómenos del mundo solo una vez de aquel modo y nunca más."

"No de otro modo pierde sus hojas el árbol otoñal en torno suyo. No lo siente,  y la lluvia, la escarcha y el sol resbalan por su tronco, mientras su vida se retira a lo más íntimo y recóndito. No muere. Espera. "

"El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo."

"Quería tan solo intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mí. ¿Por qué había de serme tan difícil?" 


                                                              ...

17 de octubre de 2012

Serendipia 5

                                      Imagen: Oscar Domínguez

Nunca leí nada de ella. No fue una autora a la que me dieran ganas de asomarme. La asociaba con un montón de títulos- muchos de ellos, best sellers en su época- que suelen proliferar en las librerías de usados y que siempre paso de largo; con su nombre de señora paqueta, le adjudicaba a doña Silvina una escritura probablemente eficaz y vacía.

La semana pasada leí en la Ñ un comentario de Raquel Garzón sobre la reedición de Teléfono ocupado, una "exquisita novela" de Silvina Bullrich. "Cómprela antes de que se esfume", recomendaba. Me llamó la atención, en especial porque no era uno de los títulos con los que suelo encontrarme.  Y me despertó el bichito de la curiosidad.

El viernes, paseando con O, entramos-como de costumbre-a una librería de viejo. Me puse a mirar un estante de ejemplares a $8 (una bicoca!) y hete aquí que, entre las Narraciones extraordinarias y la Avenida del Parque 79, veo un libro flaquito cuyo lomo rezaba: Silvina Bullrich / Teléfono ocupado. Era el único ejemplar, y el único libro de Bullrich en esa librería.

Así es que le daremos una oportunidad a esta señora: se la merece, aunque más no sea por haberme llamado en los últimos días con tanta insistencia...

11 de octubre de 2012

Inventario


                                           Imagen: The limit, Liliana Porter

 
Ventanas para los sueños del día.
Arquitectura blanda para los huesos de la noche.
Múltiples andenes para ensayar saltos
hacia el beso,
hacia la circunferencia de los abrazos invisibles
alfombras de vapor para paseos aéreos.

Mapas coloreados de tacto
para reconocer itinerarios sordos
lupas para atrapar la huella
de los gritos que cuelgan de las antenas.

Llaves para tajear secretos.

Balcones para maniquíes.

El viento de todas las casas deshabitadas.

Las cataratas del crimen.

El precipicio y el salto.

La esquina donde espera la sombra
que no me reconoce
y a quien invoco
desde los labios del día
para averiguar el destino
de mi voz  en los espejos.




7 de octubre de 2012

El punto de partida




Un pez abre una boca
muy grande
se infla
agita las escamas
como velas de un barco
parece que está a punto 
de decir algo

pero no

solamente se eleva
y empieza a nadar en el aire

describe círculos
como si fuera una piedra
arrojada contra el sol

arrastra consigo
semillas viejas 
las envuelve
en un  aire
de terciopelo apolillado

El pez asciende
tritura las estrellas
se pone la noche en
el estómago
planea sobre el mar

Nunca se entrenó
para esto
pero estaba tan cansado
de lamer algas
de rozar el único perfil
de sus hermanos
de poseer mujeres
frías como monedas
que de pronto pensó:
“el punto de partida no existe”

Entonces  abrió una boca
muy grande
como para decir algo

pero no

solamente se elevó
hasta rozar 
 todos 
los confines de la tierra

sin embargo
más allá
más allá
más allá

estaba el vidrio

Entonces se infló aún más
agitó las escamas como
banderas de guerra
y se impulsó pensando:

“el punto de partida es un espejo”




2 de octubre de 2012

Un amor de primavera

                                       
                                            Imagen: Carybé (ilustración del original)


Cuando la Primavera llegó, vestida de luces, de colores y de alegría, olorosa de perfumes sutiles, desabrochando las flores y cubriendo los árboles de ropajes verdes, el Gato Manchado estiró los brazos y abrió los ojos pardos, ojos feos y malos. Feos y malos, según la opinión general. Se decía además que no solamente los ojos del Gato Manchado reflejaban maldad, sino todo su cuerpo fuerte y ágil, de rayas amarillas y negras (...)
Por aquellos contornos no existía criatura más egoísta y solitaria que nuestro personaje. (...) Rezongaba de mal humor y volvía a cerrar los ojos, como si le desagradase todo el espectáculo que lo rodeaba. 
Nadie se aproximaba al Gato Manchado. (...)

Así vivía hasta que irrumpió la Primavera parque adentro, con su explosión de colores, de aromas, de melodías. El Gato Manchado dormía cuando la Primavera llegó, repentina y poderosa. Pero su presencia era tan insistente y fuerte, que él despertó de su sueño sin sueños, abrió los ojos pardos y estiró los brazos. (...) el Gato Manchado se levantó,  desperezó brazos y piernas, erizó el dorso para recibir mejor el dulce calor del sol, abrió las aletas de la nariz aspirando los perfumes del aire, dejó que su rostro feo y malo se despejase en una sonrisa cordial hacia las cosas y los seres que lo rodeaban. Y se puso a caminar.

Eso provocó una desbandada general. (...) El alboroto llamó la atención del Gato Manchado. Miró sorprendido y se preguntó por qué huían todos, siendo como era tan bello el parque al arribo de la Primavera (...) El Gato reflexionó. Y comprendió entonces que huían de él, ya que hacía tanto tiempo que no lo escuchaban maullar ni sonreír y se asustaban.
Fue una triste comprobación. Primero dejó de sonreír, luego se encogió de hombros en un gesto de indiferencia. Gato orgulloso, poco le importaba lo que pensasen de él. (...)

El Gato Manchado aspiró a plenos pulmones la Primavera recién llegada. Sentíase liviano, quería hablar sin ton ni son, andar sin rumbo y conversar con alguien. Buscó compañía con los ojos pardos. Todos había huido.
No, todos no. En la rama de un árbol, la Golondrina Sinhá observaba al Gato Manchado y le sonreía. Era la única que no había escapado. Desde lejos sus padres la llamaban con gritos nerviosos. Y desde sus escondrijos, todos los habitantes del parque miraban espantados a la Golondrina Sinhá sonriendo al Gato Manchado.

En torno giraba la Primavera, el sueño de un poeta.


Jorge Amado, El Gato Manchado y la Golondrina Sinhá: una historia de amor. Fragmento. (Recomiendo calurosamente la lectura completa de esta deliciosa novelita).