Imagen: "Barco sonámbulo", Pavel Bergr

28 de febrero de 2013

La luna de Valencia (38)

                                                   
                                                     Imagen: Mikko Lagerstedt





Miro una vez más cómo se pone el sol.

Decidí quedarme con un número fijo de acciones y repetirlas diariamente, en orden, sin introducir ninguna variante.

Un circuito siempre idéntico a sí mismo, un mantra:



Me despierto en el puente.

Bajo hasta el andén.

Camino.

Permanezco sentada.

Trepo al puente.

Miro cómo se pone el sol.

Duermo.

Sueño.



Un resplandor azul, vos mirándome.

  
(Continuará)


27 de febrero de 2013

La luna de Valencia (37)


                                                                                                                          Imagen: Mikko Lagerstedt




… girás mi cuerpo, muy suavemente, apoyás tu pecho en mi espalda, colocás el fósforo entre mis dedos. Hacemos el amor sobre un puente en llamas.

Abro un ojo, y después otro. 

La vida es sueño creía Segismundo, cuando despertaba prisionero en la torre. 
La vida es sueño creía Segismundo, cuando despertaba en palacio con los atributos de un príncipe. En el medio había una mujer enamorada, un padre cagón y culposo, una sublevación. Para Segismundo, los sueños tenían peso, tacto, temperatura; la realidad era una mancha borrosa, en blanco y negro.

Miro el puente negro, las vías grises, mi babero blanco.


(Continuará)


26 de febrero de 2013

La luna de Valencia (35 y 36)

     
XXXV               
Como si fuera una escalera de bomberos, de esas que crecen y se hacen cada vez más largas y llegan cada vez más alto. Roja y brillante como una autobomba. Por ahí yo vengo a ser la sirena, girando allá arriba, girando interminablemente sobre mi eje. Apoyo los pies sobre el metal. Subo los veintisiete escalones sin mirar abajo.
La luna parece colgada de un clavito sobre un cielo azul eléctrico, como de cartón pintado. En realidad, todo tiene pinta de decorado: el pasto oscuro, la estación, el puente. Por ahí las estrellas no son más que spots apuntados para la toma 1 de una película clase B. Por ahí en cualquier momento alguien me alcanza una limonada y me dice: “Ta bien, piba, suficiente”. Y encima me paga.

Quizás no es más que una obra de teatro ubicada en escenarios naturales para darle más realismo a la acción, con espectadores instalados a pocos kilómetros observándome con sus prismáticos. Lo malo es que si hay aplausos, no me voy a enterar. Lo bueno es que si se retiran en mitad de la función tampoco me voy a enterar: voy a mantener el personaje hasta el final y voy a saludar desde el puente,  para un público invisible y emocionado. Yo, la sirena muda.
Me arrodillo, gateo sobre el acero rojo, me acuesto boca abajo. Tengo los pechos fríos.

 Del otro lado del puente, un resplandor azul, olor a fósforo. Vos mirándome.
Abajo, el tren se pone en marcha. Corro por el puente, pierdo el babero, vos estás desnudo y sonreís, el tren empieza a irse. Me detengo frente a vos. Girás mi cuerpo, apoyás tu boca en mi nuca, colocás el fósforo entre mis dedos, iluminamos la estación por un segundo.

Me despierto empapada en transpiración, tengo el babero puesto, te busco. De golpe el puente tiembla, y entonces veo que el tren empieza a moverse. Arrastra su cuerpo fofo y lanza un aullido decrépito, mientras va tomando velocidad. 
Bajo los escalones casi en el aire, pero cuando piso el andén lo único que alcanzo a ver es una mancha gris y pesada, que desaparece en pocos segundos.

XXXVI
Como si se hubiera quemado el rollo. Como si se tratara de una pantalla gigante donde uno ve cómo unas manchas verdes, marrones, azules, deforman una última imagen hasta devorarla. La película se acaba abruptamente, en cualquier parte. La gente silba, quiere que le devuelvan la entrada. Fenómeno. Pero la película está quemada y no queda más remedio que imaginar algún final, cualquiera. Lo único importante es que lo que empezó, termine.

Pero- pienso- yo soy el cuadrito quemado, un cacho de celuloide derretido, yo no puedo imaginarme nada, yo sólo debía dejarme atravesar por la luz y punto, y entonces qué me queda.



Todavía falta un rato para que amanezca.   



(Continuará) 

25 de febrero de 2013

La luna de Valencia (32, 33 y 34)

 
                                                    Imagen: Franck Juery



 XXXII


Veo cómo se pone el sol, por segunda vez. Por ahí Guelderodhe también lo está viendo. O quizás ya emigró a la otra punta del planeta y está viendo cómo sale.
En fin. Habrá que prepararse para la noche, para el sueño, para el puente. Podría usar el diccionario como almohada. O podría...
Busco desesperada entre las vías. Pateo piedras, bollitos de papel, monedas. Sigo caminando. Pateo pasto, boletos viejos, más piedras, un pedazo como de carbón. Ajá.
Saco el papel de adentro del diccionario, lo leo una vez más. Luego lo doy vuelta y escribo:

Estoy en el puente.

Coloco de nuevo el papel adentro del diccionario. 
Me encamino hacia el tren.


XXXIII



Subo los escalones como una duquesa. Camino con paso firme y desafiante hasta mi asiento, controlo que el papel siga adentro del diccionario, dejo el diccionario en el asiento.
La bestia no se mueve. Parece dormir el sueño de los héroes o de los tontos. Parece un resto fósil, una pieza de museo. ¿Y si se hubiera acabado? ¿Y si decidió que ya es suficiente? Me quedo como clavada al piso, me transpiran las manos. Mierdra, digo solidarizándome con el padre Ubú. ¿Y si me deja aquí varada, con mi babero, en el culo del mundo?
Me juego el todo por el todo y me siento. Espero. Por la ventanilla miro el andén, cada vez más impreciso.  
No nos movemos.
Intento no perder la calma. Me está poniendo a prueba. Mide fuerzas. Quiere ver hasta dónde aguanto, quiere verme atravesar todos los vagones suplicando, quiere enloquecerme para convertirme en su esclava.
Dios mío, no me sometas al cautiverio ferroviario de esta ballena cretina, castigá su prepotencia y su soberbia, demostrale lo que son tus criaturas, olvidate de Eva, ayudame.



XXXIV


Afuera ya es de noche. Me levanto despacio, camino lentamente hasta la puerta. Antes de bajar miro en la oscuridad, a través de la larga hilera de vagones. No distingo el comienzo, la cabeza dormida. Le pido perdón, de todas formas.

Me bajo.



(Continuará)