Imagen: "Barco sonámbulo", Pavel Bergr

15 de diciembre de 2014

A la deriva




A veces uno planifica: sábado soleado, tarde junto al río para leer, dormir bajo un árbol, tomar té frío con galletas de miel. Entonces uno llega, elige el mejor árbol, despliega mantas, cada uno se acomoda con su libro. Antes de leer miro los veleros a lo lejos, las olitas sobre el marrón encrespado del río, las nubes. Después leo un rato, termino el libro, me quedo dormida. 

Cuando abro los ojos, el cielo está completamente gris. Sobre el gris avanzan nubarrones negros y gordos, como rellenos de hollín. A lo lejos se escuchan truenos, se levanta un viento endemoniado. Huimos. 
El viento sopla cada vez más fuerte, dobla las ramas de los árboles, levanta remolinos de polvo. Caminamos a paso ligero, entrecerrando los ojos. Me da miedo ese viento. Se siente el poder de la tormenta que está a punto de estallar. 
Como náufragos entramos al bar que parece un barco, con redes, faroles, timón y sirenas. Elegimos una mesa junto a una ventana, tomamos un café, vemos la lluvia sobre el río.
Le digo a O. que me gustó mucho el libro. Le cuento de qué va, le pido que lea en voz alta las últimas páginas. 
Habíamos planificado una tarde de sol junto al río, y terminamos navegando en un barco a la deriva.
Se estaba muy bien así.
Afuera seguía soplando el viento.









26 de noviembre de 2014

Fiesta selenita


Sybil Carmen, 1915.



"Hoy es mi cumpleaños", dijo Selene.
Y ahí nomás llamó a los cisnes y a los patitos feos, a los niños y a los lobos, a los poetas y a los astrónomos.
"¡Vengan, vengan!", dijo. 
"Habrá globos, tortas de crema, cine, cráteres donde sentarse a conversar y terrazas para contemplar la noche negra, el paso de los cometas, el vuelo de los ángeles y la morosa rotación de la pequeña esfera azul, allá a lo lejos. 
¡Vengan, vengan! Podrán soñar lo que quieran o lo que teman: prometo no molestarlos.
Hombres, mujeres, perros, sapos,  golondrinas y lagartos, ¡vengan a la fiesta de la Luna!" 


Solo tienen que subir a la nave y abrocharse los cinturones. 
Buen viaje.


George Melies, Viaje a la luna (1902)



No importa si realmente existe.
Si es cierto que un hombre hundió su pie 
en su suelo de tiza
Si los telescopios la exploran 
o la inventan.

Lo que importa es 
el aullido de los lobos
y el canto de los niños
el verso de un poeta que dice 
"hay tanta soledad en ese oro"
o ese otro que exclama
"¡está la luna loca!"


Lo que importa es
que siempre habrá el lado oscuro
el reflejo en el agua que una nube deshace
el espejismo de una luz robada.

¡Qué importa si realmente existe!


6 de noviembre de 2014

Relatos amables

No conozco Rafaela ni su festival, pero dan ganas de estar ahí.

Esto también pasa, esto también somos, no viene mal recordarlo.Y, si se puede, ser parte, de alguna manera.














1 de noviembre de 2014

Gitanos


Antonio Gades y Cristina Hoyos
Foto: Oscar Balducci

Dedicado a mi amiga M.A. , la bailaora


A los 12 años descubrí a Antonio Gades en el teatro Odeón. Una amiga uruguaya había venido a Buenos Aires con su familia y me invitaron a ver el espectáculo. Yo no sabía quién era Gades ni qué era el flamenco. Pero vi  la escena del duelo de Bodas de sangre. Sin música, en silencio. Vi lo que Gades y su compañero hacían, la lucha muda, el diálogo entre los cuerpos y los gestos, la tensión, el drama, la muerte. Fue un momento mítico, como dice mi -aún hoy- amiga uruguaya. Uno de eso momentos sagrados en que uno experimenta algo nuevo, diferente y tan intenso que de algún modo nos modifica para siempre.

Desde entonces, soy una profunda admiradora del flamenco, su música, sus intérpretes: Gades, "la"Hoyos, Paco de Lucía, Camarón de la Isla, Pata Negra, Niña Pastori, Buika, las películas de Saura... El flamenco es Lorca, Sevilla, los gitanos, la pobreza, el honor, la pasión, la alegría de vivir, la tragedia. Algo que revuelve la sangre y se resuelve en grito o paloma. 

Hoy, en la Casa del Bicentenario, vi  una muestra de fotos de Oscar Balducci, que fotografió "por profesión y por adicción" los espectáculos de flamenco que se presentaron en Argentina en la década del '70. En ese entonces no había negativo color por encima de las 100Asa., con lo cual, era muy difícil lograr buenas fotos de los bailaores en movimiento. Pero Balducci experimentó en su laboratorio con el negativo color de cine, y así obtuvo estas fotos maravillosas que hoy integran la muestra.

Gades creía que “los poetas y los artistas son los primeros en llegar a la luz”. 


Escena de Bodas de sangre (Carlos Saura, 1981)


24 de octubre de 2014

Un invento inmejorable


Libro de metal hallado en Jordania (circa I d.C)


Hace poco llegó a mis manos Nadie acabará con los libros, una serie de conversaciones entre Umberto Eco y Jean Claude Carriere recogidas por Jean Phillipe de Tonnac.
Eco y Carriere charlan sobre el destino del libro, sus orígenes, su historia, su función...
Es una lectura amena y apasionante, lo estoy disfrutando mucho.

Comparto algunos subrayados:

*¿Qué es el libro? ¿Qué son esos libros que, en nuestras estanterías o en las bibliotecas de todo el mundo, encierran los conocimientos y las fantasías que la humanidad acumula desde que es capaz de escribir? ¿Qué imagen nos ofrecen de la humana odisea del espíritu? ¿Qué espejos nos proponen?...


* Las variaciones en torno al objeto libro no han modificado su función ni su sintaxis desde hace más de quinientos años. El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez que se han inventado, no se puede hacer nada mejor.  (Umberto Eco)


* No hay nada más efímero que los soportes duraderos (...) Le he traído este librito de mi biblioteca, impreso en latín a finales del siglo XV, en París (...) Aún podemos leer un texto impreso hace seis siglos. Pero ya no podemos ver una cinta de video o un CD-ROM de hace apenas algunos años. A menos que conservemos nuestros ordenadores en el trastero.  (Jean Claude Carriere).



19 de octubre de 2014

La equilibrista III


Pintura: Duy Huynh



Ella no tiene que ocuparse de controlar el movimiento del mundo, ni de garantizar la paz.
Tampoco tiene que dibujar corazones -ni cuerpos que los habiten-, no debe administrar el tiempo, tocar una canción, custodiar la luna o juntar estrellas.

Ella no sabe cuál es su misión.

A veces piensa que quizás no tenga ninguna.

Pero por las dudas, cada día y cada noche, con frío o con calor, con lluvia o con sol, ella mueve sus pies en el aro y, girando girando, recorre el mundo.  



14 de octubre de 2014

El rey invisible


Pintura: Duy Huynh



Nadie conoce su rostro, pero todos saben que está ahí.
Él conoce el nombre de cada uno de ellos. Dice que su misión es cuidarlos, que a eso vino. Desde que se levanta hasta que se acuesta, procura que todos estén bien.
“Es mi trabajo”, dice.

Si una anciana va a morir, él va su casa y se sienta junto a ella. Le lee un cuento o le canta una canción, abre o cierra una ventana, apaga o enciende la luz. A veces permanece en silencio, mientras le toma una mano, le acaricia la cabeza o le da un masaje en los pies.
La mujer entonces escucha la voz de su madre o su padre, siente la presencia de sus abuelos o reconoce en su cuerpo el tacto de su amado.

Si una joven ama de casa está cansada, él entra a la cocina, friega los platos, pela papas, batatas, zanahorias, pone a asar un trozo de carne, barre la sala, pone la mesa. 
A veces también se queda a comer con la familia, conversa con ellos, se cuentan sus cosas. 
Después se despide y vuelve a dormir a su palacio.

Si un hombre se siente abatido o desesperanzado, él le muestra su trono, y lo invita a sentarse.
Entonces el hombre toma asiento en la vieja mecedora y comienza a hamacarse, suavemente. 
Al rato, todos sus problemas han desaparecido. Porque ahora es el rey, y debe ocuparse de que los demás estén bien. Debe cuidar de ellos.

“Es tu trabajo”, le dice el viejo rey. Luego abre la ventana y sale volando volando con el aire fresco de la mañana.




6 de octubre de 2014

La constructora de caminos


Pintura: Duy Hyunh



Cuando ella avanza, va abriendo surcos en la tierra. Su falda arrastra terrones de pasto, pétalos, hojas secas, esqueletos de grillos, trozos de barro, algunas alimañas. 

A medida que avanza, se abren caminos en todas direcciones: norte, sur, este, oeste. Si camina por un sendero recién abierto, inmediatamente se abren otros y otros y otros, y la tierra parece un damero o un laberinto.

Antes de que ella apareciera, la tierra era como una tela negra y arrugada, y el horizonte, una línea delgada sin principio ni fin. Los hombres y las mujeres se quedaban inmóviles ante esa tela negra y esa línea interminable, sin saber adónde dirigir sus pasos.

Ahora, cuando alguien quiere caminar, solo tiene que decirlo en voz alta. Entonces ella aparece, se ubica unos metros adelante y comienza a andar. 
Al principio todos la siguen, la vista pegada al ruedo de su falda. Pero al rato, sin darse cuenta, la pierden de vista. 
Ella no está, pero los caminos sí. Solo es cuestión de seguir alguno.




30 de septiembre de 2014

El administrador del tiempo





Alguien le dijo que su tarea era importante. Muy importante. La más importante.
Y que si no fuera por él, el mundo sería un caos. No se podrían organizar el trabajo, el estudio, la comida, el sueño, el ocio. Y tantas otras cosas.

Sería un caos, le dijeron. No habría horarios, almanaques, cumpleaños, nacimientos ni muertes.
Nada funcionaría.
Imagínese qué sería de nosotros sin usted, le dijeron. No habría compromisos, plazos, vencimientos, multas, reclamos. No habría demoras. Nada ocurriría a tiempo.
Sería un desquicio.

¿Cuánto duraría una canción? ¿Y una novela? ¿Y una mariposa? Nadie lo sabría. Quizá no tendrían fin.

Sería imposible, le dijeron. No habría niños, jóvenes, ancianos, moribundos ni recién nacidos. No habría escuelas, facultades, ministerios ni geriátricos. No habría padres ni hijos. No habría antes ni después.

"Habría ahora", dijo uno.  

Todos hicieron silencio. 

"Habría ahora", repitió.


El administrador del tiempo miró su reloj, vio que ya era demasiado tarde y se fue.



Pinturas: Duy Huynh




25 de septiembre de 2014

La mort du cygne


Foto: Bet Z


(…) te acordarás quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pinto o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allá lo tiré con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado (…) 
Y quedó entre el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movió, ninguno de sus resortes se estiraba como antes. Terminado. Se acabó. Oh Maga, y no estábamos contentos.

Julio Cortázar, Rayuela.



22 de septiembre de 2014

El mago


Pintura: Duy Hyunh


Fue capaz de transformar una piedra en un tigre, un tigre en una nube, una nube en un guijarro y un guijarro en un colibrí.
Logró detener el tiempo, atrasarlo, adelantarlo, apagar el sol y volver a encenderlo. Surcó el aire volando; nadó en el fondo del océano con peces fosforescentes; reptó con topos y castores por túneles subterráneos; se sumergió en lagos helados y en los cráteres hirvientes de los volcanes.

Pero todo su poder no le sirvió- no le sirve- para hacer que ella no esté triste.
La tristeza se prendió de su pequeño corazón como una garrapata, y no la suelta ni de día ni de noche.

Él consultó los viejos libros, probó las fórmulas de los antiguos alquimistas y preparó las pócimas de las hechiceras, sin resultado. 

Ella permanece plegada sobre sí misma, con las alas encogidas.

Él cambiaría todo su poder por volver a escuchar su risa. 

Entretanto, la carga sobre sus espaldas y sigue su camino, buscando.
Ella acomoda su pequeño cuerpo en esa espalda ancha y tibia. No necesita más.




21 de septiembre de 2014

Ella ha llegado


Foto: Bet Z



¿Vamos a recoger hierbas por el mundo?
Haremos un herbario con hojas y flores,
aún con las que parecen
 un murmullo apagado en la arena.

¡Qué bello será tener praderas, 
pueblos, montañas, islas!
el silencio de una almendra caída
y el silbido de vientos lejanos
descansando
en el cálido abrigo de la falda.

Edith Vera


16 de septiembre de 2014

La equilibrista II


Pintura: Duy Huynh


Hubo un tiempo feroz en que algunos decían “¡Blanco, Blanco, Blanco!”, y otros decían “¡Negro, Negro, Negro!”. A continuación se lastimaban entre sí hasta que uno de los dos ganaba y el otro desaparecía. Luego, todo volvía a empezar. 


Pero un buen día apareció ella. La equilibrista se paseó delante de todo el pueblo, de pie sobre un animal nunca visto. Realizó varias piruetas con su aro, saltó sobre el lomo del animal, hizo la vertical sosteniéndose solo con el dedo índice de su mano izquierda. 


La gente la miraba, miraba aquel animal incomprensible, y no sabía qué hacer. 
Hasta que uno empezó a aplaudir. Y después otro. 


Cuando todos aplaudieron, la equilibrista agradeció con una gran reverencia, y se marchó.




9 de septiembre de 2014

El recolector de ideas


Pintura: Duy Huynh



Hay gente que deja ideas tiradas por ahí como si tal cosa. Como si no valieran nada.Creen que una idea, para valer algo, tiene que ser una gran idea. Y las grandes ideas- las que cambian el curso de la Historia-las piensan los grandes hombres o las grandes mujeres.

La mayoría de las personas piensa que sus ideas pequeñitas no tienen importancia. Ni siquiera se dan cuenta de que son ideas. Creen que se trata de un ruido molesto que da vueltas en su cabeza. Entonces, apenas pueden se deshacen de él.

Así, el recolector va encontrando y recogiendo pequeñas ideas. Algunas son verdaderos tesoros. Otras no se sabe para qué sirven pero también las guarda, por las dudas. Algunas ideas huelen muy mal: a esas las entierra, para que no contaminen el aire con su podredumbre. Otras son ideas prematuras: a esas las coloca en un bolsillo especial y las deja allí un tiempo- abrigadas y a oscuras-  para que terminen de formarse. Hay ideas tímidas y pudorosas, y otras osadas y chanchas. Hay ideas frescas, rancias, vanguardistas y pasadas de moda. Hay tantas ideas que el recolector ya no sabe dónde ponerlas.


Si alguien no puede dormir; si no sabe qué hacer un domingo lluvioso, o a qué jugar con sus hijos, qué color de vestido usar ese día, cómo escalar una montaña o hacer una torta de limón, qué decirle a su amigo cuando está triste, o lo que sea: en ese caso, no tienen más que llamar al recolector de ideas. Seguro que alguna le va a servir.




4 de septiembre de 2014

El escritor


Pintura: Duyh Hyunh



Como todos, él camina. Y mientras camina, se pregunta. Y para no olvidar ninguna pregunta, escribe.

Cuando otros caminantes se topan con las preguntas, las leen con atención. Algunos se hacen nuevas preguntas. Otros -que buscaban respuestas- hacen un bollito con el papel y lo arrojan bien lejos. 

Algunos bollitos se transforman en árboles de algodón que flotan por ahí, buscando dónde echar raíces.





31 de agosto de 2014

La equilibrista


Pintura: Duy Huynh


Antes de que ella naciera, el mundo solía girar a una velocidad inaudita. Tan rápido, que todo se caía: las personas, los animales, los árboles, los mares, todo salía disparado por una gran fuerza centrífuga. Poco después, el mundo recuperaba su ritmo normal, pero no duraba mucho: cuando menos lo esperaban, la Tierra empezaba a girar enloquecida y sobrevenía un nuevo fin.

Apenas nació, ella se incorporó y se paró firme sobre sus dos pies. 
Y sus dos pies se pararon firmes sobre el mundo. 
Y moviendo sus pies con cuidado-un poquito más para acá, un poquito más para allá- ella descubrió que podía controlar el movimiento del mundo. 

Así, cada vez que el mundo comienza a girar enloquecido, la equilibrista mueve sus pies- un poco para allá, un poco para acá-y logra retener a las personas, las casas, los árboles y los mares en su lugar.

Ella quisiera descubrir cuál es la velocidad exacta, qué giro perfecto haría que todo esté realmente donde debería estar. Y aunque no sabe si alguna vez logrará descubrirlo, cada día se ocupa de mover sus pies: un poco más para acá, un poco más para allá. 





24 de agosto de 2014

El pintor


Imagen: Duy Huynh



El pintor llegó, abrió la escalera, se sentó arriba y sacó una tiza de su bolsillo. 
Luego dibujó en el aire la silueta de un caballo.
El caballo salió galopando y se perdió entre los árboles.

Al otro día, el pintor se subió a la escalera y dibujó en el aire la silueta de un jinete.
El jinete miró en todas direcciones y salió en busca del caballo.

El tercer día, el pintor se subió a la escalera y dibujó en el aire la silueta de un corazón.
El corazón comenzó a latir y salió volando, en busca de un cuerpo.

El cuarto día, el pintor se subió a la escalera y dibujó en el aire la silueta de una red.
La red se elevó flotando, en busca de algo que atrapar.

El quinto día, el pintor se subió a la escalera y dibujó en el aire la silueta de una mujer dormida.
La mujer soñó con un caballo y un jinete, que atrapaba un corazón con una red.

El sexto día, la mujer despertó.

El séptimo día, el pintor cerró la escalera, guardó la tiza en su bolsillo, y se fue.



15 de agosto de 2014

El viaje



Ilustración: Beatriz Martín Vidal


Encontré al alquimista en el patio de una casa deshabitada.
Sentado en una reposera deshojaba margaritas y bebía té, a sorbos lentos.

El hombre tomó mis manos, las miró un rato y dijo:
- ¿Estás preparada para el viaje?
- Sí- contesté, y mi voz parecía llegar desde otro lado.
- ¿Cuánto tiempo vas a viajar?
- No llevo reloj- dije.
-Te vas a sentir muy sola- me advirtió-. Nadie te reconocerá. Y aunque creas que alguna voz, un rostro, cierta manera de caminar, una ventana te resulten familiares, serás todo el tiempo una extranjera.

- Si me quedo aquí, también seré siempre una extranjera.

El viejo sonrió a los corazones deshojados de las margaritas.

-Buen viaje entonces.




29 de julio de 2014

La guardiana de la Luna


Pintura: Duy Huynh

I
Muchos creen que la Luna siempre estuvo allí.  Y que siempre va a estar.  Pero no.

Alguna vez el cielo fue negro, negro como la boca de una fiera, negro como un grito, negro como un agujero. Cuando el sol comenzaba a ocultarse, la gente corría a meterse en sus casas, porque si la noche los encontraba afuera se los tragaba y nadie volvía a saber de ellos. 

Los hombres y las mujeres intentaban burlar a la noche con velas, con antorchas, con hogueras. Pero la noche se aliaba con el viento y la lluvia y, en segundos, el fuego se apagaba, desaparecía, era devorado por la noche.
Al final de cada día las personas dormían intranquilas en sus casas, como si  afuera la vida se hubiese acabado.
Hasta que, una vez, hubo un resplandor. No era rojo, anaranjado ni amarillo como el del fuego o el sol. Era un resplandor blanco y helado. La noche dejó de ser un agujero negro y se llenó de luces y sombras, de siluetas de árboles y pájaros. Entonces, tímidamente, la gente salió de sus casas y vio la Luna en el cielo.  La Luna era como una pelota de mármol incandescente, una esfera de piedra que proyectaba una luz pálida y fría. 
La Luna era el sol de la noche.

II
Desde que la gente descubrió la Luna, la noche fue perdiendo poder. Lentamente, amparados por aquella luz lechosa, hombres mujeres y niños se animaron a salir de sus casas. 
Las bodas y los cumpleaños comenzaron a celebrarse en el bosque. Allí se tienden largas mesas cubiertas con manteles blancos; sobre los manteles colocan cuencos con nardos, jazmines y narcisos; las mujeres, los hombres, las niñas y los niños visten de blanco y así, entre todos, multiplican el brillo de la luna, y el bosque es como una gran hoguera de nácar.

III

A la noche no le gusta la Luna. La Luna vino a revelar lo que estaba oculto, el miedo sin nombre. Ahora las personas saben si eso que se mueve afuera es un tigre o un lobo o una liebre, ahora saben si hay peligro o si pueden salir a caminar descalzos por la hierba en las noches de verano.
La noche no hace más que pensar en cómo deshacerse de la Luna.

IV

El día en que la Luna apareció por primera vez , también apareció la guardiana. Pero a la guardiana nadie la vio. En realidad la vieron todos, pero nadie la reconoció. La guardiana de la Luna adopta la forma de una niña, de un anciano, de un joven leñador, de una lavandera. 
La guardiana de la Luna se pasea en medio de todos,  invisible.
Mientras juega en el bosque, fuma en pipa, corta leña o lava ropa en el río, la guardiana se ocupa de que la noche no asesine a la Luna. 

V

La noche no comprende cómo toda su negrura no alcanza para devorar esa luz fría, ese blanco fuego bobo. La noche no sabe que alguien cuida de la Luna, que alguien vela por ella. 

Eso es todo.




26 de julio de 2014

El precio de la felicidad


4 minutos 43 segundos es lo que dura el video de Happy, el tema de Pharrell,  realizado por seis jóvenes iraníes. Por esos 4 minutos 43 segundos de felicidad fueron arrestados, llevados a la cárcel, forzados a desnudarse y exhibidos en la TV estatal como criminales.
Cinco de ellos fueron liberados luego de pagar una fianza de 10.000 dólares.
El director del video aún estaría preso.














21 de julio de 2014

Los músicos


Pintura: Malwina de Brade



Cada uno abandonó su casa hace mucho tiempo. Sin anunciarlo, sin despedirse de nadie, una noche tomaron sus instrumentos y se fueron.
Cada uno caminó largas horas bajo la luna, por un sendero de tierra.
Ninguno sabía adónde se dirigía, pero todos sabían que iban por el camino correcto. 
Finalmente se encontraron, en una encrucijada. Allí los esperaba el carromato, y el cochero de galera, y el caballo  color café con pintas blancas. Entonces los hombres treparon al carro.
Y comenzó el viaje.
Los músicos tocaban sus instrumentos en el carromato, siempre en movimiento. No se detenían en ningún pueblo, en ninguna ciudad. Nadie los veía, pero todos sabían cuándo estaban cerca: el anciano oía las nanas que su madre le cantaba de niño; los niños escuchaban melodías alegres, que bailaban en ronda o batiendo palmas; las mujeres oían un sonido parecido a su propia voz; los hombres oían la canción del océano. Había algunas personas, pocas, que no oían ninguna música. Solo oían el traquetear de las ruedas del carromato por los caminos de tierra, y el ruido de las piedras que golpeaban contra las ruedas. Entonces protestaban durante todo un día, hasta que el ruido de sus voces lograba sofocar el ruido del carro de los músicos, que seguía su viaje hacia otro pueblo.

Los músicos nunca preguntan dónde van, ni si alguna vez terminará el viaje. 

No quieren saberlo.



16 de julio de 2014

La niña que junta estrellas


Imagen: Alaister Magnaldo



Hay una niña que junta estrellas.
Todas las noches sale de su casa y recorre campos, playas y desiertos en busca de estrellas caídas. Las estrellas caídas no son fáciles de ver. 
En el imprevisto descenso pierden el 99% de su luz y, al llegar a la Tierra, no son muy distintas de un guijarro o un terrón de azúcar. 
Pero la niña que junta estrellas las reconoce enseguida. Entre todos los guijarros, ella puede distinguir aquel que brilla como la llama de un fósforo, o como el recuerdo de la llama de un fósforo que acaba de apagarse.
Apenas ve una estrella, la niña la levanta con delicadeza y la coloca en la palma de su mano, formando un cuenco. Luego la tapa ahuecando su otra mano y así se queda unos segundos, para que la estrella entre en calor. Cuando esto sucede, unos hilos de luz intensa comienzan a filtrarse entre sus dedos. Entonces la niña acerca la boca a sus manos- aún cerradas- y le canta una canción a la estrella. Al oír la canción, la estrella recuerda quién es, cómo es su hogar- aquel vasto mar suspendido en la oscuridad- y cuál es la razón de su brillo. La niña entonces abre sus manos y la estrella sale flotando: ya no parece un guijarro ni un terrón de azúcar, parece una estrella.
Así, cada noche, la niña rescata todas las estrellas caídas en los campos, las playas y los desiertos. Luego les ata un piolín y arma varios ramilletes que va soltando aquí y allá, mientras emprende el camino de regreso a su hogar.
Así, cada noche, los hombres y las mujeres se asoman por la ventana de sus casas y miran el cielo lleno de estrellas.  No saben que son estrellas caídas. 
Las estrellas tampoco, ya lo olvidaron. 
Lo que no olvidan es quiénes son, y cuál es la razón de su brillo.


10 de julio de 2014

Mundial


Soy una de tantas mujeres que no ve ni sabe nada de fútbol, pero que se engancha con los mundiales por las razones que solemos esgrimir: por el espectáculo, por la belleza de los estadios (y de algunos jugadores), por la sensación de que cuando se enfrentan una potencia europea y un país latinoamericano o africano, se juega más que un partido de fútbol. Además, la omnipresencia del tema termina ganándonos, por cansancio o contagio.

Ayer, el encuentro Argentina-Holanda nos agarró en la calle y, con O, decidimos ir a verlo a un bar. 

LADO A
El Banderín fue nuestra primera opción. Llegamos a las 17 pasadas y, como era de prever, no cabía un alfiler. Las mesas estaban repletas, había gente de pie, y las cervezas, los cortados, las picadas y los tostados viajaban de la barra a los clientes pasando por las manos de los que quedaban en el medio. En un momento, por la puerta de la esquina se asomó un señor sesentón que, viendo el abarrotado panorama, amagó con pegar la vuelta.
- ¡Washington!- gritó alguien detrás de la barra-. ¡Pasá, pasá!
Entonces, Washington pasó, y le hicieron un lugarcito detrás del mostrador.  
El clima era tan íntimo, alegre y familiar que no daban ganas de irse. Afuera hacía frío, las calles estaban desiertas y esa esquina de Almagro se sentía como un refugio. Así que nos quedamos a ver el primer tiempo de pie, pegados contra la puerta. Delante de nosotros, sentados a una mesa, había una mujer (argentina, con la camiseta de la Selección), su hijito (también con la celeste y blanca) y su hijita, con la camiseta y el sombrero de Holanda. De pie, el papá (holandés, camiseta naranja)  intercambiaba palabras y cervezas con su esposa, y comentaba los dibujitos que sus hijos hacían en las servilletas. También nos previno sonriendo, en su español rudimentario:
"Cuidado con codazos cuando festeje goles Holanda.  3 a 1 va a ser."
"Ah, no sé, eso se verá"le contesté también sonriendo, sin dejar pasar la provocación.

Durante el partido hubo mucho nervio, palabras de aliento, insultos, aplausos, cantitos. Pero lo que más se sentía era la atmósfera de fiesta familiar (de familia que se quiere a pesar de las diferencias, aclaremos).
Así vimos los primeros 45 minutos de Argentina- Holanda. 








 Bar El Banderín ( Fotos Bet Z)


Fin del primer tiempo. La mayoría de los clientes se levantan (fila interminable de mujeres para ir al baño), salen a la calle a fumar, a estirar las piernas y la tensión acumulada. 
Nos gustaría quedarnos, pero la cosa pinta para largo y tenemos ganas de sentarnos. 
Empezamos a caminar en busca de otro bar.


LADO B
Calles semidesiertas. Bares cerrados (un par abiertos, con luces muy fuertes y solo dos mesas ocupadas, una tristeza). Seguimos buscando y llegamos al café de Coronel Díaz y Soler (otro notable, aunque no se parece a los demás). Hay gente, pero quedan un par de mesas libres. Entramos.
En una mesa grande, un grupo de chicos y chicas jóvenes; en otra, cuatro amigas veteranas; en otra, un señor solo; dos chicas sentadas en la barra. La camarera atiende  a los clientes y mira el partido de refilón, sin mucho entusiasmo. La mesa de los jóvenes observa atenta pero tranquila. 
En la mesa de las veteranas, una señora comenta a voz en cuello todas las jugadas, chifla como un camionero, grita, insulta, les desea "un ataque de ACV" a los holandeses, pide que los "maten", que les dé un infarto, critica sus caras, su color de pelo, su piel clara. No parece contenta, ni entusiasmada, ni atenta al partido (más de una vez reacciona ante la repetición de una jugada como si estuviera sucediendo en ese momento). La señora solo hace su show. Quiere que la miren, que le festejen sus gracias y que todos se unan a su vehemente patriotismo y pasión deportiva. 
O. y yo nos miramos consternados. Pero hay quedarse a terminar de ver el partido.

Final del juego: salto de la silla como un resorte ante cada yerro holandés, ante cada gol de Argentina. La veterana se acerca a O. con los brazos abiertos: "Prestámelo un cachito, total vos lo tenés todo el tiempo" dice, y abraza a O efusivamente . Después me toca a mí.
Salimos del bar.


Café Nostalgia (Foto Bet Z)

BONUS TRACK
Mientras caminamos por Coronel Díaz hacia Santa Fe, la calle se va llenando de gente que sale a festejar. Salen con sus camisetas, sus banderas, sus tambores y sus vuvuzelas. Al llegar a Santa Fe ya hay un grupo grande celebrando en la esquina. Un mozo parado en la puerta de la confitería sostiene en una de sus manos la copa dorada. "La vamos a traer" dice, mientras una señora le saca una foto.
Doblamos por Santa Fe hacia Pacífico. Cada vez hay más gente en las calles, pequeñas multitudes marchando y concentrándose en Scalabrini Ortiz, en Plaza Italia. 
Yo también estoy contenta. Es imposible sustraerse al festejo colectivo, y la alegría de los niños es especialmente contagiosa. Pero hay algo en ese desborde, en los llantos desconsolados, en las risas histéricas, en los gritos, que me hace ruido. No sé bien qué hay allí, todo se mezcla en un caldo espeso y difícil de descifrar: la alegría genuina y la impostada; el feliz sentimiento de "patria", de pertenencia a una comunidad, y el peligroso odio al rival, al extranjero, al enemigo. La manifestación de una saludable catarsis y la violencia o frustración contenida y convertida ahora en grito, insulto o revancha. 

De todos modos, y como no puede ser de otra manera, el domingo seré una más, alentando. 


[...]
 “y esta ciudad sin párpados
este país que nunca sueña

de pronto se convierte en el único sitio
donde el aire es mi aire
y la culpa es mi culpa
y en mi cama hay un pozo que es mi pozo
y cuando extiendo el brazo estoy seguro
de la pared que toco o del vacío
y cuando miro el cielo
veo acá mis nubes y allí mi Cruz del Sur
mi alrededor son los ojos de todos
y no me siento al margen
ahora ya sé que no me siento al margen.

Quizá mi única noción de patria
sea esta urgencia de decir Nosotros
quizá mi única noción de patria
sea este regreso al propio desconcierto.”


(Mario Benedetti, Noción de patria. Fragmento)


6 de julio de 2014

El pequeño paraíso de Storyville


Imagen de la película "Pretty baby" (Louis Malle,  1978)


"La casa de Nell Livingston en Storyville, el infame barrio de la mala vida de Nueva Orleans, no era uno de los grandes y elegantes burdeles de la calle principal. (...) Aquellos lujosos establecimientos de la calle Basin movían buena parte de los dólares del barrio, pero había cientos de otras casas en las calles secundarias donde la música era interpretada por un solo pianista negro, y las muchachas no eran tan guapas; sin embargo, la atmósfera era hogareña y se pasaban muy buenos ratos, alegres e impúdicos, tristes y tiernos a la vez, y las mañanas, noches y tardes se dedicaban al sexo, a la comida, a los bailes y un poco a la risa."

(Willian Harrison, Pretty baby).

Como le comenté a mi amigo Sinhue (serendipia :), Pretty baby no es una gran película ni una gran novela, pero ese ambiente me resulta irresistible...





1 de julio de 2014

El caos primordial


Foto: Bet Z


En otras ocasiones ya hablé de mi incapacidad para orientarme en el espacio. 
Por ejemplo, si voy caminando por Santa Fe hacia Coronel Díaz y, sobre la marcha, se me da por entrar en un negocio, cuando salgo enfilo invariablemente para el lado contrario. 

El viernes andábamos con O. por Palermo buscando un regalo para un amigo cuando, de pronto, supe perfectamente qué recorrido debíamos hacer para llegar al lugar que buscábamos. Y no me equivoqué.

"Estar tan ubicada me asusta", le dije a O.

Por suerte el fenómeno duró poco y, unas cuadras más adelante, ya había recuperado mi tranquilizadora desubicación innata  :-)



28 de junio de 2014

Esos momentos en los que el mundo parece ser un buen lugar


Foto: Bet Z


Un domingo en un parque, por ejemplo. Niños jugando, perros que corren o se frotan el lomo en el pasto, familias sentadas al sol, el viento tibio de abril o noviembre, un cielo azul, limpio. Adolescentes besándose, nenas cuchicheando en grupo, varones jugando al fútbol, bebés observando atentos el camino de las hormigas, explorando una piedra o siguiendo con el dedo la línea que un rayo de sol traza sobre el césped. Viejos jugando a las cartas, a las bochas, al ajedrez. Viejas tejiendo juntas. Un hombre o una mujer sentados en un banco, solos, leyendo. 
El carrito que vende globos de azúcar rosada y manzanas con caramelo. 
La calesita con caballos, naves espaciales, góndolas venecianas y carrozas de reyes. 
El olor de los eucaliptos y de la garrapiñada caliente. 
Risas de chicos, el ruido de las piedritas que arrojan sobre la superficie del lago para hacer patito. Una hilera de nenes y nenes con témperas y papeles, sentados frente a sus atriles, pintando. 
Bicicletas, patines, monopatines, rollers.
Gente corriendo, trotando, caminando, de pie, sentada, acostada, despierta, dormida, sola o acompañada, hablando o en silencio.
Gente haciendo lo que quiere. Animales haciendo lo que quieren. 

Siempre pienso: si un ovni sobrevolara el parque en este momento, los extraterrestres concluirían que los humanos somos muy afortunados, que nuestro mundo es tibio y dorado, lleno de aromas y sonidos exquisitos, que los niños y los animales se dedican a jugar y retozar, y que los adultos hacen lo que les da la gana. 

Después el sol se va, y hay que irse. 
Pero sé que todos guardamos en nuestro corazón la certeza - y la nostalgia- del paraíso que habitamos, al menos por un rato.







23 de junio de 2014

Winter lady


Foto: Yamamoto Masao





Señorita viajera, quédate un rato
hasta que la noche termine.
Yo solo soy una estación en tu camino,
sé que no soy tu amante.

Bueno, yo viví con una chica de nieve
cuando era un soldado
y peleé con todos los hombres por ella
hasta que la noche se volvió más fría.

Ella solía llevar el pelo como tú,
excepto cuando estaba durmiendo
y entonces ella lo trenzaba
con humo y oro y aliento.

¿Y por qué estás tan tranquila ahora
allí, de pie en la puerta?
Elegiste tu camino hace mucho tiempo
Viniste en esta carretera.

Dama viajera, quédate un rato
hasta que se acabe la noche,
Sólo soy una estación en tu camino
yo sé que no soy tu amante.




19 de junio de 2014

Elogio de lo inútil



Foto: Bet Z


"En algún lugar debe haber un basural donde están amontonadas las explicaciones. 
Una sola cosa inquieta en este justo panorama: lo que pueda ocurrir el día en que alguien consiga explicar también el basural."   
Julio Cortázar


La huella de una boca sobre un vaso 
Las llaves oxidadas
Los  almanaques viejos
Los paraguas abandonados
Las vías muertas
Los espejos rotos
Las tijeras sin filo
Las lapiceras secas
Las fotos que nadie mira
Las cartas nunca enviadas
Los sueños que no se recuerdan
La intención que precede a un gesto
El silencio que precede a una palabra
La palabra que no se pronuncia
El secreto que no se revela