Imagen: "Barco sonámbulo", Pavel Bergr

28 de junio de 2014

Esos momentos en los que el mundo parece ser un buen lugar


Foto: Bet Z


Un domingo en un parque, por ejemplo. Niños jugando, perros que corren o se frotan el lomo en el pasto, familias sentadas al sol, el viento tibio de abril o noviembre, un cielo azul, limpio. Adolescentes besándose, nenas cuchicheando en grupo, varones jugando al fútbol, bebés observando atentos el camino de las hormigas, explorando una piedra o siguiendo con el dedo la línea que un rayo de sol traza sobre el césped. Viejos jugando a las cartas, a las bochas, al ajedrez. Viejas tejiendo juntas. Un hombre o una mujer sentados en un banco, solos, leyendo. 
El carrito que vende globos de azúcar rosada y manzanas con caramelo. 
La calesita con caballos, naves espaciales, góndolas venecianas y carrozas de reyes. 
El olor de los eucaliptos y de la garrapiñada caliente. 
Risas de chicos, el ruido de las piedritas que arrojan sobre la superficie del lago para hacer patito. Una hilera de nenes y nenes con témperas y papeles, sentados frente a sus atriles, pintando. 
Bicicletas, patines, monopatines, rollers.
Gente corriendo, trotando, caminando, de pie, sentada, acostada, despierta, dormida, sola o acompañada, hablando o en silencio.
Gente haciendo lo que quiere. Animales haciendo lo que quieren. 

Siempre pienso: si un ovni sobrevolara el parque en este momento, los extraterrestres concluirían que los humanos somos muy afortunados, que nuestro mundo es tibio y dorado, lleno de aromas y sonidos exquisitos, que los niños y los animales se dedican a jugar y retozar, y que los adultos hacen lo que les da la gana. 

Después el sol se va, y hay que irse. 
Pero sé que todos guardamos en nuestro corazón la certeza - y la nostalgia- del paraíso que habitamos, al menos por un rato.







23 de junio de 2014

Winter lady


Foto: Yamamoto Masao





Señorita viajera, quédate un rato
hasta que la noche termine.
Yo solo soy una estación en tu camino,
sé que no soy tu amante.

Bueno, yo viví con una chica de nieve
cuando era un soldado
y peleé con todos los hombres por ella
hasta que la noche se volvió más fría.

Ella solía llevar el pelo como tú,
excepto cuando estaba durmiendo
y entonces ella lo trenzaba
con humo y oro y aliento.

¿Y por qué estás tan tranquila ahora
allí, de pie en la puerta?
Elegiste tu camino hace mucho tiempo
Viniste en esta carretera.

Dama viajera, quédate un rato
hasta que se acabe la noche,
Sólo soy una estación en tu camino
yo sé que no soy tu amante.




19 de junio de 2014

Elogio de lo inútil



Foto: Bet Z


"En algún lugar debe haber un basural donde están amontonadas las explicaciones. 
Una sola cosa inquieta en este justo panorama: lo que pueda ocurrir el día en que alguien consiga explicar también el basural."   
Julio Cortázar


La huella de una boca sobre un vaso 
Las llaves oxidadas
Los  almanaques viejos
Los paraguas abandonados
Las vías muertas
Los espejos rotos
Las tijeras sin filo
Las lapiceras secas
Las fotos que nadie mira
Las cartas nunca enviadas
Los sueños que no se recuerdan
La intención que precede a un gesto
El silencio que precede a una palabra
La palabra que no se pronuncia
El secreto que no se revela




10 de junio de 2014

Misterio absoluto (7)


Encarnación




Mi abuela materna era española, se llamaba Encarnación y llegó a Buenos Aires en la década del '30. Venía de La Coruña, Galicia, y apenas sabía leer y escribir. Poco tiempo después se casó con otro gallego, tuvieron dos hijas, compraron una casa con local y montaron un almacén.
Mi abuelo era un buen hombre, trabajador, interesado en que su aceite y sus aceitunas se vendieran bien. Mi abuela también atendía el almacén, se ocupaba de las tareas de la casa, lidiaba con su asma y criaba a sus hijas. Pero además, leía. Leía mucho. Una vez cumplidos los deberes del hogar, se sentaba en la cocina y leía literatura, filosofía, teología. 
A mi abuela Encarnación - que apenas había aprendido a leer y escribir - también le interesaba la política. Siguió con fervor la campaña del Che a través de la radio, y mantuvo encendidas discusiones con interlocutores ocasionales.
Y la música. A veces se iba sola al teatro Colón, sacaba la entrada más barata y, de pie en el gallinero, seguía el argumento de la ópera en un librito, alumbrándose con una linterna.
No dudó en apoyar a mi madre cuando quiso estudiar piano. Mi abuelo- que pretendía para su hija el mucho más razonable oficio de costurera- decidió acabar con "esa pavada del pianito" rompiéndole todos los cuadernos de ejercicios. Pero mi abuela Encarnación alentó a su hija a rehacer lo deshecho, a desoír el mandato paterno y a escuchar el mandato de su vocación.

¿De dónde sacaba esa gallega sin instrucción, ama de casa y almacenera, semejantes inquietudes? ¿Cuándo y cómo nacieron? ¿Qué estímulo habrá detonado su exquisita sensibilidad?...
Me gusta imaginar que la llave pueda haber sido un libro que el azar puso en sus manos, en su lejana Galicia. O algún cuento que le contaron en su infancia. O las canciones que cantaba en ronda con las niñas del pueblo. O una conversación de grandes sobre injusticias y revoluciones, escuchada detrás de la puerta. O un segmento de La Traviata oído al pasar en la radio, mientras preparaba filloas en la cocina de su casa, en América...

Siempre que escucho historias como las de mi abuela Encarnación me hago la misma pregunta: cuando el entorno es hostil o poco estimulante, cuando todas las circunstancias conspiran para que no suceda... ¿cómo es que sucede? ¿Qué misterio hace que una vocación- o la sensibilidad ante cualquier forma de belleza- tenga lugar, aún en las situaciones menos favorables?... 




6 de junio de 2014

Decirlo así


Foto: Mikko Lagerstedt




Esta mañana hay nieve por todos lados.
Hablamos sobre la tormenta.
Me comentas que no dormiste bien.
Te digo que yo tampoco.
Tuviste una noche terrible. "Yo también."
Estamos tranquilos el uno con el otro,
nos asistimos tiernamente
como si comprendiéramos nuestros estados de ánimo,
las mutuas inseguridades.
Creemos adivinar los sentimientos del otro,
no podemos, por supuesto, nunca podremos.
No tiene importancia.
En realidad es la ternura la que me interesa.
Ese es el don que me conmueve, que me sostiene,
esta mañana, igual que todas las mañanas.

Raymond Carver


2 de junio de 2014

Cuestión de estilo





No digo que resulte fácil. Al contrario. Ser sencillo puede ser una de las cosas más complicadas. 

Vicente Huidobro dijo: "El adjetivo, cuando no da vida, mata".  

En Alicia a través del espejo leemos:
“-Cuando yo uso una palabra –insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso- quiere decir lo que quiero que diga..., ni más ni menos.
-La cuestión es –insistió Alicia- si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
-La cuestión –zanjó Humpty Dumpty- es saber quién es el que manda. Eso es todo.”

Horacio Quiroga, en su Decálogo del perfecto cuentista recomienda:
Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: "Desde el río soplaba el viento frío", no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla.

Para Stephen King, el vocabulario es el pan del escritor. Puedes aprovechar lo que tengas sin ningún sentimiento de culpa ni de inferioridad. Es lo que le dijo la puta al marinero vergonzoso: "Oye , guapo, que no es cuestión de lo que tienes sino de cómo lo usas".  

Retomo: no es fácil. 
No siempre encontramos las palabras precisas para decir lo que queremos decir. Cada palabra"dice lo que dice /y además más y otra cosa" advierte Alejandra Pizarnik, por eso con ellas hay que andar con cuidado. Quizás para Quiroga era sencillo saber que "Desde el río soplaba el viento frío" era la mejor, la única forma de describir esa circunstancia. A otros puede costarles mucho más. 
Esa es la tarea, claro. Ese es el chiste. A veces sale. Otras parece que salió, pero no. Y otras, tachamos, cambiamos, suprimimos, rompemos y, finalmente nos resignamos: no hay manera, no logramos decir eso que queremos decir.

Es entendible que a alguien que escribe le dé trabajo, le cueste ser simple. Lo que no soporto es que alguien que escribe decida no ser simple creyendo que eso es escribir bien, que ser un escritor es decir lo más obvio y sencillo del mundo de la forma más rebuscada posible.

Todo esto viene a cuento porque en estos días leí un par de revistas "culturales"con editoriales y reseñas llenas de frases grandilocuentes, lugares comunes y palabras "difíciles", cuyo fin evidente era impresionar al lector demostrando cuán cultos eran sus autores.  El resultado es un texto confuso, pretencioso, ridículo, con una sintaxis enloquecida. Pobres palabras, da pena verlas ahí, tan tensas, tan exigidas, más perdidas que perro en cancha e' bochas...