Imagen: "Barco sonámbulo", Pavel Bergr

29 de julio de 2014

La guardiana de la Luna


Pintura: Duy Huynh

I
Muchos creen que la Luna siempre estuvo allí.  Y que siempre va a estar.  Pero no.

Alguna vez el cielo fue negro, negro como la boca de una fiera, negro como un grito, negro como un agujero. Cuando el sol comenzaba a ocultarse, la gente corría a meterse en sus casas, porque si la noche los encontraba afuera se los tragaba y nadie volvía a saber de ellos. 

Los hombres y las mujeres intentaban burlar a la noche con velas, con antorchas, con hogueras. Pero la noche se aliaba con el viento y la lluvia y, en segundos, el fuego se apagaba, desaparecía, era devorado por la noche.
Al final de cada día las personas dormían intranquilas en sus casas, como si  afuera la vida se hubiese acabado.
Hasta que, una vez, hubo un resplandor. No era rojo, anaranjado ni amarillo como el del fuego o el sol. Era un resplandor blanco y helado. La noche dejó de ser un agujero negro y se llenó de luces y sombras, de siluetas de árboles y pájaros. Entonces, tímidamente, la gente salió de sus casas y vio la Luna en el cielo.  La Luna era como una pelota de mármol incandescente, una esfera de piedra que proyectaba una luz pálida y fría. 
La Luna era el sol de la noche.

II
Desde que la gente descubrió la Luna, la noche fue perdiendo poder. Lentamente, amparados por aquella luz lechosa, hombres mujeres y niños se animaron a salir de sus casas. 
Las bodas y los cumpleaños comenzaron a celebrarse en el bosque. Allí se tienden largas mesas cubiertas con manteles blancos; sobre los manteles colocan cuencos con nardos, jazmines y narcisos; las mujeres, los hombres, las niñas y los niños visten de blanco y así, entre todos, multiplican el brillo de la luna, y el bosque es como una gran hoguera de nácar.

III

A la noche no le gusta la Luna. La Luna vino a revelar lo que estaba oculto, el miedo sin nombre. Ahora las personas saben si eso que se mueve afuera es un tigre o un lobo o una liebre, ahora saben si hay peligro o si pueden salir a caminar descalzos por la hierba en las noches de verano.
La noche no hace más que pensar en cómo deshacerse de la Luna.

IV

El día en que la Luna apareció por primera vez , también apareció la guardiana. Pero a la guardiana nadie la vio. En realidad la vieron todos, pero nadie la reconoció. La guardiana de la Luna adopta la forma de una niña, de un anciano, de un joven leñador, de una lavandera. 
La guardiana de la Luna se pasea en medio de todos,  invisible.
Mientras juega en el bosque, fuma en pipa, corta leña o lava ropa en el río, la guardiana se ocupa de que la noche no asesine a la Luna. 

V

La noche no comprende cómo toda su negrura no alcanza para devorar esa luz fría, ese blanco fuego bobo. La noche no sabe que alguien cuida de la Luna, que alguien vela por ella. 

Eso es todo.




26 de julio de 2014

El precio de la felicidad


4 minutos 43 segundos es lo que dura el video de Happy, el tema de Pharrell,  realizado por seis jóvenes iraníes. Por esos 4 minutos 43 segundos de felicidad fueron arrestados, llevados a la cárcel, forzados a desnudarse y exhibidos en la TV estatal como criminales.
Cinco de ellos fueron liberados luego de pagar una fianza de 10.000 dólares.
El director del video aún estaría preso.














21 de julio de 2014

Los músicos


Pintura: Malwina de Brade



Cada uno abandonó su casa hace mucho tiempo. Sin anunciarlo, sin despedirse de nadie, una noche tomaron sus instrumentos y se fueron.
Cada uno caminó largas horas bajo la luna, por un sendero de tierra.
Ninguno sabía adónde se dirigía, pero todos sabían que iban por el camino correcto. 
Finalmente se encontraron, en una encrucijada. Allí los esperaba el carromato, y el cochero de galera, y el caballo  color café con pintas blancas. Entonces los hombres treparon al carro.
Y comenzó el viaje.
Los músicos tocaban sus instrumentos en el carromato, siempre en movimiento. No se detenían en ningún pueblo, en ninguna ciudad. Nadie los veía, pero todos sabían cuándo estaban cerca: el anciano oía las nanas que su madre le cantaba de niño; los niños escuchaban melodías alegres, que bailaban en ronda o batiendo palmas; las mujeres oían un sonido parecido a su propia voz; los hombres oían la canción del océano. Había algunas personas, pocas, que no oían ninguna música. Solo oían el traquetear de las ruedas del carromato por los caminos de tierra, y el ruido de las piedras que golpeaban contra las ruedas. Entonces protestaban durante todo un día, hasta que el ruido de sus voces lograba sofocar el ruido del carro de los músicos, que seguía su viaje hacia otro pueblo.

Los músicos nunca preguntan dónde van, ni si alguna vez terminará el viaje. 

No quieren saberlo.



16 de julio de 2014

La niña que junta estrellas


Imagen: Alaister Magnaldo



Hay una niña que junta estrellas.
Todas las noches sale de su casa y recorre campos, playas y desiertos en busca de estrellas caídas. Las estrellas caídas no son fáciles de ver. 
En el imprevisto descenso pierden el 99% de su luz y, al llegar a la Tierra, no son muy distintas de un guijarro o un terrón de azúcar. 
Pero la niña que junta estrellas las reconoce enseguida. Entre todos los guijarros, ella puede distinguir aquel que brilla como la llama de un fósforo, o como el recuerdo de la llama de un fósforo que acaba de apagarse.
Apenas ve una estrella, la niña la levanta con delicadeza y la coloca en la palma de su mano, formando un cuenco. Luego la tapa ahuecando su otra mano y así se queda unos segundos, para que la estrella entre en calor. Cuando esto sucede, unos hilos de luz intensa comienzan a filtrarse entre sus dedos. Entonces la niña acerca la boca a sus manos- aún cerradas- y le canta una canción a la estrella. Al oír la canción, la estrella recuerda quién es, cómo es su hogar- aquel vasto mar suspendido en la oscuridad- y cuál es la razón de su brillo. La niña entonces abre sus manos y la estrella sale flotando: ya no parece un guijarro ni un terrón de azúcar, parece una estrella.
Así, cada noche, la niña rescata todas las estrellas caídas en los campos, las playas y los desiertos. Luego les ata un piolín y arma varios ramilletes que va soltando aquí y allá, mientras emprende el camino de regreso a su hogar.
Así, cada noche, los hombres y las mujeres se asoman por la ventana de sus casas y miran el cielo lleno de estrellas.  No saben que son estrellas caídas. 
Las estrellas tampoco, ya lo olvidaron. 
Lo que no olvidan es quiénes son, y cuál es la razón de su brillo.


10 de julio de 2014

Mundial


Soy una de tantas mujeres que no ve ni sabe nada de fútbol, pero que se engancha con los mundiales por las razones que solemos esgrimir: por el espectáculo, por la belleza de los estadios (y de algunos jugadores), por la sensación de que cuando se enfrentan una potencia europea y un país latinoamericano o africano, se juega más que un partido de fútbol. Además, la omnipresencia del tema termina ganándonos, por cansancio o contagio.

Ayer, el encuentro Argentina-Holanda nos agarró en la calle y, con O, decidimos ir a verlo a un bar. 

LADO A
El Banderín fue nuestra primera opción. Llegamos a las 17 pasadas y, como era de prever, no cabía un alfiler. Las mesas estaban repletas, había gente de pie, y las cervezas, los cortados, las picadas y los tostados viajaban de la barra a los clientes pasando por las manos de los que quedaban en el medio. En un momento, por la puerta de la esquina se asomó un señor sesentón que, viendo el abarrotado panorama, amagó con pegar la vuelta.
- ¡Washington!- gritó alguien detrás de la barra-. ¡Pasá, pasá!
Entonces, Washington pasó, y le hicieron un lugarcito detrás del mostrador.  
El clima era tan íntimo, alegre y familiar que no daban ganas de irse. Afuera hacía frío, las calles estaban desiertas y esa esquina de Almagro se sentía como un refugio. Así que nos quedamos a ver el primer tiempo de pie, pegados contra la puerta. Delante de nosotros, sentados a una mesa, había una mujer (argentina, con la camiseta de la Selección), su hijito (también con la celeste y blanca) y su hijita, con la camiseta y el sombrero de Holanda. De pie, el papá (holandés, camiseta naranja)  intercambiaba palabras y cervezas con su esposa, y comentaba los dibujitos que sus hijos hacían en las servilletas. También nos previno sonriendo, en su español rudimentario:
"Cuidado con codazos cuando festeje goles Holanda.  3 a 1 va a ser."
"Ah, no sé, eso se verá"le contesté también sonriendo, sin dejar pasar la provocación.

Durante el partido hubo mucho nervio, palabras de aliento, insultos, aplausos, cantitos. Pero lo que más se sentía era la atmósfera de fiesta familiar (de familia que se quiere a pesar de las diferencias, aclaremos).
Así vimos los primeros 45 minutos de Argentina- Holanda. 








 Bar El Banderín ( Fotos Bet Z)


Fin del primer tiempo. La mayoría de los clientes se levantan (fila interminable de mujeres para ir al baño), salen a la calle a fumar, a estirar las piernas y la tensión acumulada. 
Nos gustaría quedarnos, pero la cosa pinta para largo y tenemos ganas de sentarnos. 
Empezamos a caminar en busca de otro bar.


LADO B
Calles semidesiertas. Bares cerrados (un par abiertos, con luces muy fuertes y solo dos mesas ocupadas, una tristeza). Seguimos buscando y llegamos al café de Coronel Díaz y Soler (otro notable, aunque no se parece a los demás). Hay gente, pero quedan un par de mesas libres. Entramos.
En una mesa grande, un grupo de chicos y chicas jóvenes; en otra, cuatro amigas veteranas; en otra, un señor solo; dos chicas sentadas en la barra. La camarera atiende  a los clientes y mira el partido de refilón, sin mucho entusiasmo. La mesa de los jóvenes observa atenta pero tranquila. 
En la mesa de las veteranas, una señora comenta a voz en cuello todas las jugadas, chifla como un camionero, grita, insulta, les desea "un ataque de ACV" a los holandeses, pide que los "maten", que les dé un infarto, critica sus caras, su color de pelo, su piel clara. No parece contenta, ni entusiasmada, ni atenta al partido (más de una vez reacciona ante la repetición de una jugada como si estuviera sucediendo en ese momento). La señora solo hace su show. Quiere que la miren, que le festejen sus gracias y que todos se unan a su vehemente patriotismo y pasión deportiva. 
O. y yo nos miramos consternados. Pero hay quedarse a terminar de ver el partido.

Final del juego: salto de la silla como un resorte ante cada yerro holandés, ante cada gol de Argentina. La veterana se acerca a O. con los brazos abiertos: "Prestámelo un cachito, total vos lo tenés todo el tiempo" dice, y abraza a O efusivamente . Después me toca a mí.
Salimos del bar.


Café Nostalgia (Foto Bet Z)

BONUS TRACK
Mientras caminamos por Coronel Díaz hacia Santa Fe, la calle se va llenando de gente que sale a festejar. Salen con sus camisetas, sus banderas, sus tambores y sus vuvuzelas. Al llegar a Santa Fe ya hay un grupo grande celebrando en la esquina. Un mozo parado en la puerta de la confitería sostiene en una de sus manos la copa dorada. "La vamos a traer" dice, mientras una señora le saca una foto.
Doblamos por Santa Fe hacia Pacífico. Cada vez hay más gente en las calles, pequeñas multitudes marchando y concentrándose en Scalabrini Ortiz, en Plaza Italia. 
Yo también estoy contenta. Es imposible sustraerse al festejo colectivo, y la alegría de los niños es especialmente contagiosa. Pero hay algo en ese desborde, en los llantos desconsolados, en las risas histéricas, en los gritos, que me hace ruido. No sé bien qué hay allí, todo se mezcla en un caldo espeso y difícil de descifrar: la alegría genuina y la impostada; el feliz sentimiento de "patria", de pertenencia a una comunidad, y el peligroso odio al rival, al extranjero, al enemigo. La manifestación de una saludable catarsis y la violencia o frustración contenida y convertida ahora en grito, insulto o revancha. 

De todos modos, y como no puede ser de otra manera, el domingo seré una más, alentando. 


[...]
 “y esta ciudad sin párpados
este país que nunca sueña

de pronto se convierte en el único sitio
donde el aire es mi aire
y la culpa es mi culpa
y en mi cama hay un pozo que es mi pozo
y cuando extiendo el brazo estoy seguro
de la pared que toco o del vacío
y cuando miro el cielo
veo acá mis nubes y allí mi Cruz del Sur
mi alrededor son los ojos de todos
y no me siento al margen
ahora ya sé que no me siento al margen.

Quizá mi única noción de patria
sea esta urgencia de decir Nosotros
quizá mi única noción de patria
sea este regreso al propio desconcierto.”


(Mario Benedetti, Noción de patria. Fragmento)


6 de julio de 2014

El pequeño paraíso de Storyville


Imagen de la película "Pretty baby" (Louis Malle,  1978)


"La casa de Nell Livingston en Storyville, el infame barrio de la mala vida de Nueva Orleans, no era uno de los grandes y elegantes burdeles de la calle principal. (...) Aquellos lujosos establecimientos de la calle Basin movían buena parte de los dólares del barrio, pero había cientos de otras casas en las calles secundarias donde la música era interpretada por un solo pianista negro, y las muchachas no eran tan guapas; sin embargo, la atmósfera era hogareña y se pasaban muy buenos ratos, alegres e impúdicos, tristes y tiernos a la vez, y las mañanas, noches y tardes se dedicaban al sexo, a la comida, a los bailes y un poco a la risa."

(Willian Harrison, Pretty baby).

Como le comenté a mi amigo Sinhue (serendipia :), Pretty baby no es una gran película ni una gran novela, pero ese ambiente me resulta irresistible...





1 de julio de 2014

El caos primordial


Foto: Bet Z


En otras ocasiones ya hablé de mi incapacidad para orientarme en el espacio. 
Por ejemplo, si voy caminando por Santa Fe hacia Coronel Díaz y, sobre la marcha, se me da por entrar en un negocio, cuando salgo enfilo invariablemente para el lado contrario. 

El viernes andábamos con O. por Palermo buscando un regalo para un amigo cuando, de pronto, supe perfectamente qué recorrido debíamos hacer para llegar al lugar que buscábamos. Y no me equivoqué.

"Estar tan ubicada me asusta", le dije a O.

Por suerte el fenómeno duró poco y, unas cuadras más adelante, ya había recuperado mi tranquilizadora desubicación innata  :-)